Geoffrey Chaucer

La importancia de Chaucer fue enorme en muchos aspectos de su actividad. Tal vez sus empeños más logrados y considerables fueron la renovación de la técnica del verso, dotándolo de un ritmo y enriqueciendo la poesía con innovaciones métricas que la orientaron decisivamente, y, por otro lado, la fijación del idioma, que él acometió con una intuición verdaderamente genial.


Biografía: Geoffrey Chaucer nació en Londres hacia 1340. A los diecisiete años entró en la corte como paje. Luego fue soldado; luchó en Artois y en la Picardía, hasta que cayó prisionero, siendo rescatado por el rey, a cuyo servicio estuvo más tarde como ayuda de cámara. Se unió como escudero a Jean de Gand, duque de Lancastre, quien le encargó, cuando Chaucer contaba unos treinta años, numerosas misiones diplomáticas, gracias a las cuales recorrió Francia de punta a punta, Flandes e Italia. En 1374 obtuvo el cargo de contralor de impuestos sobre cueros, lanas y vinos arribados al puerto de Londres, ocupación que lo puso en contacto con los comerciantes y las clases sociales inferiores. En 1386 fue designado caballero de su señor el conde, o sea representante al Parlamento inglés por el condado de Kent. Caído su protector en desgracia, fue intendente de una de las dependencias reales, y guardabosques del conde de March. Bordeando la miseria, recobró su propiedad poco antes de morir, en 1400. Tantos viajes y tal diversidad de oficios le dieron un gran conocimiento de hombres de su siglo; artistas, cortesanos, clérigos, guerreros, comerciantes, artesanos, etc. Tenía gran afición por el estudio y la lectura; conoció personalmente a escritores y libros de todos los países que recorrió. Se supone que debió encontrarse con Petrarca y Boccacio en Italia, hacia 1374. La literatura francesa tan floreciente entonces como primitiva la de su patria, le atrajo en especial por sus alegorías, su espíritu galante y sus delicados artificios. Poseía la erudición de su época: latín medieval y algunos clásicos, en especial Virgilio y Ovidio. Poeta de nacimiento, decidió incorporar a la poesía inglesa los hallazgos extranjeros. Hasta entonces sus compatriotas solían utilizar el popular verso octosilábico; Chaucer introdujo el decasílabo italiano o verso heroico, el metro por excelencia de la gran poesía inglesa; dúctil, sonoro, expresivo. Introdujo la estrofa de siete versos, que lleva su nombre, e hizo conocer coplas, rondós, canciones y baladas, formas poéticas desconocidas en Inglaterra. De sus ensayos y experiencias, realizados a lo largo de toda su juventud y parte de su madurez, saldría dotado de un gran oficio literario. Chaucer muere en 1400.

Reseña: La importancia de Chaucer fue enorme en muchos aspectos de su actividad. Tal vez sus empeños más logrados y considerables fueron la renovación de la técnica del verso, dotándolo de un ritmo y enriqueciendo la poesía con innovaciones métricas que la orientaron decisivamente, y, por otro lado, la fijación del idioma, que él acometió con una intuición verdaderamente genial. A causa de la conquista normanda, la producción literaria en lengua anglosajona quedó interrumpida. El inglés se diversificó en múltiples dialectos y parecía empresa de siglos la aparición de un idioma en común. La lengua indígena aún no se había depurado; estaba lleno de vocablos latinos y franceses. No había un inglés oficial; Chaucer adoptó el de Londres que le parecía más auténtico. Debió depurarlo de neologismos y galicismos, evitar la influencia anglonormanda y dotar a este idioma rústico de la soltura y la delicadeza del Francés o Italiano. Acometió la empresa con gran paciencia y obtuvo mayor éxito que el deseado; de ahí su grandeza. Fue obra de Chauser elevar esta lengua a una categoría artística, dotándola así de una uniformidad valedera para todos y que permitiese escribirla de modo deliberado y con la conciencia plena de su unidad. No es extraño que este empeño fuese obra de un poeta, de un poeta tan extraordinario como fue Chaucer.

Chaucer, que comienza siendo un poeta cortesano al estilo francés, que eleva su poesía a un plano de grave dignidad bajo el influjo dantesco, se inclina cada vez más hacia lo humorístico-popular, y de esta arista, renovada por las influencias extranjeras, consigue hacer que brote el impresionante caudal de los Cuentos de Canterbury, escribiendo la "Comedia Humana" de su época y dejándonos un cuadro persuasivo, vivo y palpitante de la sociedad inglesa del trescientos.

Se ha notado que este observador tan penetrante de la realidad de una época y que nos ha dejado de ella una versión tan convincente, apenas alude, salvo en alguna nota pasajera y superficial, a los acontecimientos históricos que contempló. Y esto mismo es lo que hace a Chaucer un narrador inigualable.

Biografía-Obra: La leyenda de las buenas mujeres, Los cuentos de Canterbury, Libro de la Duquesa, El parlamento de los pájaros, La casa de la fama, Troilo y Criceida.


CUENTO DE DON THOPAS

Oíd con atención, señores; que os voy a relatar la alegre y amena historia de un caballero gallardo y gentil, señalado en batallas y torneos y a quien llamaban don Thopas. Había nacido éste en una remota comarca de Flandes, en un lugar denominado Poperingen. Su, padre, hombre muy pródigo, era, con el favor de Dios, señor de aquel país.

Era don Thopas un apuesto galán, de rostro blanco como la flor de harina. Tenía los labios bermejos como las rosas, bien hecha la nariz y encendido color. Su barba y sus cabellos eran en tonos vivos como el azafrán, y aquélla le llegaba hasta la cintura. Usaba zapatos de cordobán, oscuras calzadas de Brujas y veste de seda fina, con áureos recamados, que costó, en verdad, muchas monedas genovesas.

Gustaba de cazar bestias salvajes, y de cabalgar o ir de cetrería por la orilla del río con un pardo azor en el puño. Manejaba diestramente el arco y no había quien compitiese con él en las luchas donde disputaban los riñones un carnero como premio. Doncellas espléndidamente hermosas suspiraban de amor por él en su cámaras, y por él se desvelaban una noche y otra; más don Thopas no era disoluto, sino casto, y dulce, además, como flor de zarza.

Quiso don Thopas salir un día a caballo. Montó su alazán, prendiose larga espada al cinto y empuñó en la mano un venablo. Y así marchó a través de una hermosa selva, poblada de gamos, liebres y bestias salvajes, caminando hacia Oriente o hacia el Norte, sin cuidarse de que pudiera acaecerle mal alguno. Brotaban por doquier plantas de todos tamaños. Veíanse la valeriana y el regaliz, el clavo y otras especies y la nuez moscada, útil para sazonar la cerveza, tanto nueva como añeja, o para sazonarla en el cofre.

Cantaban las aves, del gavilán al papagayo, con risueños acordes. Oíase el trino del tordo y en las altas ramas sonaba el arullo de las palomas torcazas.

Cuando don Thopas percibió el canto del tordo, un poderoso afán de amor se adueñó de él. Espoleó a su caballo locamente y el generoso animal se lanzó a fatigosa carrera, sudando de tal modo por el acicate.

Al fin, cansado también don Thopas de tan recio galope sobre la hierba, sintió el corazón latirle con excesiva fuerza, y, por tanto, hizo detenerse al alazán, para darle reposo y dejarle pacer. Y dijo:

-¡Santa María, bendicite! ¿Cómo me afligirá y aprisionará tan crudamente este amor? En verdad que toda la noche he soñado que una reina de las hadas había de ser mi amante y dormir a mi lado. Y ciertamente sólo una reina de las hadas amaré, porque no hay en toda la faz del mundo una mujer digna de ser mi esposa. Aquí reniego de todas ellas y digo que buscaré una reina de las hadas atravesando montes y valles.

Y sin más, saltó a la silla y cabalgó pasando rocas y setos, siempre en demanda de una reina de las hadas. En resolución tanto anduvo, que llegó al país de las hadas. Allí caminó por doquier, ya al norte, ya al sur, atravesando muchas silvestres florestas. Porque hasta aquel apartado lugar nadie osaba ir, fuese hombre, mujer o niño.

Y en esto se le apareció un tremendo gigantón, a quién llamaban don olifante, el cual era un hombre terrible y hazañoso, y le dijo:

-Por Termagante, mozuelo, que si luego no abandones estos mis territorios, mataré tu caballo con mi lanza. Porque aquí habita, entre arpas, dulzainas y sonfonías, la reina del país de Hadas.

Pero el joven respondió:

-Por mi salud te aseguro que mañana, cuando me haya cubierto de mi armadura, me halaré contigo, y aun espero, per ma foi, que ha de darte algún mal trago este venablo que empuño. Sí, que antes de que sea la hora prima del día te atravesaré la garganta, porque aquí debes morir tú.

Y don Thopas hizo volver grupas a su caballo con pasmosa celeridad. El gigante le apedreó con una enorme honda, pero el joven Thopas se libró de todo, gracias a Dios y a su mucha destreza.

Y ahora, señores, seguid atentos mi relato, alegre como el ruiseñor, pues quiero describiros cómo don Thopas, el de esbelto talle, cabalgó por oteros y barrancas hasta llegar a la ciudad. Y ya allí, mandó a sus amigos hacer fiesta y agasajo con él, porque iba a batirse con un gigante de tres cabezas, por la belleza y el amor de una brillantísima mujer.

Dijo, pues:

-Haced venir a mis trovadores y cantores de gesta, pues quiero que relaten romances e historias de reyes, papas y cardenales, y también de anhelos de amor, mientras me ciño las armas.

Le llevaron vino dulce e hidromiel en un recipiente de madera, y además una regia mixtura de finísimo jengibre, regaliz, comino y azúcar de la mejor.

Entonces vistió su blanco cuerpo con un alto lienzo de lino, inmaculado y sutil; púsose calzón y camisa y cubrió ésta de una corta vesta sin mangas; encima de todo se ajustó la loriga que debía proteger su corazón. Luego reforzó su busto mediante una coraza cincelada, con sólidas planchas de hierro, y remató sus preparativos con una armadura de combate, blanca como la flor de lirio.

Su escudo era de oro rojizo, y pintado en él había una cabeza de jabalí con un carbunclo al lado. Sobre este escudón juró don Thopas, por el pan y la cerveza, matar en todo evento al gigante.

Y respecto a sus demás armas, sabed que sus grebas eran de cuero duro; la vaina de su espada, de marfil; su yelmo, de reluciente bronce; su silla, de fino hueso, y brillantes las bridas de su caballo como el sol o como la luz de la luna. Y su lanza era de recio ciprés (árbol que denota guerra y nunca paz).

Su caballo alazán caminaba por el campo a paso de ambladura, con aire suave y gentil...Pero aquí termina la primera parte de este relato, y si queréis otra más. Procuraré referirla.

Ahora, por clarité, caballeros y nobles damas, poned punto en boca, que voy a relatar batallas y caballerías y amores.

Suelen elogiarse como excelentes los romances del joven Hornchild y de Ipotes, de Bevis y de sir Libeux y de Pleindamour; pero dígoos que don Thopas gana la palma de la verdadera caballería.

En fin, él montó en su buen caballo y corrió camino adelante, veloz como la chispa desprendida de una ígnea antorcha. Sobre la cimera de su yelmo llevaba una torrecilla donde campeaba un lirio. ¡Dios proteja a don Thopas contra todo mal!

Como caballero andante que era, no quiso dormir bajo techado. Por lo contrario, se tendía sobre su capote, servíale de almohada su brillante yelmo y en tanto su caballo pacía, junto a él, buenas y delicadas hiervas. Y don Thopas no bebía sino agua en los manantiales, como el digno caballero sir Perceval un día.

1 comentarios:

Institutano-del-92 dijo...

uno de los grandes de literatura de islas británicas