Juan Emar

Juan Emar: escritor inclasificable y vanguardista. Situando en un contexto histórico a la obra emariana, podemos dilucidar que el grueso de la producción literaria en Chile correspondía a cánones estéticos naturalistas y criollistas.


BIOGRAFÍA: Juan Emar: pseudónimo de Alvaro Yáñez Bianchi. Alvaro Yáñez Bianchi nace en Santiago el 13 de noviembre de 1893 en el seno de una de las familias más acaudalas de Chile. Su padre fue Eliodoro Yáñez, destacado hombre público, fundador y propietario de La Nación. A los 17 años, Alvaro Yáñez decide definitivamente que no le trabajará ningún día a nadie, por lo que le exige a su padre que lo mantenga de por vida, y en París. A los 19, “El Pilo” (como lo llamaban sus cercanos) manifiesta interés por la pintura, por lo que toma clases con el pintor José Backhaus. En 1919 decide instalarse en París. Así es como gran parte de su juventud estrecha lazos con diversos artistas, codeándose con figuras como Picasso, Tristan Tzara o Luis Buñuel. En 1923, funda el grupo Montparnasse junto a pintores e intelectuales chilenos que residen en París. De regreso a Chile, entre 1923 y 1925, escribe en La Nación una sección que titula "Notas de Arte", en las cuales difunde la obra de muchos artistas que irrumpen en la escena con sus renovadas y rupturistas propuestas. Sus notas son firmadas bajo el pseudónimo de Jean Emar, que Alvaro lo derivó ingeniosamente de la expresión en francés J’en ai marre, que quiere decir en español “estoy harto”. Pasaron diez años en los que Emar se mantuvo en completo silencio, hasta que en 1935 publicó los libros "Ayer", "Miltín”y "Un año", y posteriormente "Diez" en 1937, chilenizando su pseudónimo a Juan Emar. Hasta este punto, podemos ver a un escritor haciendo una penetrante vida social junto a una extensa pléyade de artistas, con los cuales se carteaba y visitaba constantemente. Así, podemos entender que Emar jamás fue un personaje marginado de la actividad artística en esos años. Es necesario entender su obra y su relación con la crítica para comprender el largo confinamiento al olvido que ha sufrido hasta hoy. Juan Emar muere en 1964.

RESEÑA: Juan Emar: escritor inclasificable y vanguardista. Situando en un contexto histórico a la obra emariana, podemos dilucidar que el grueso de la producción literaria en Chile correspondía a cánones estéticos naturalistas y criollistas. En esa tradición narrativa se abogaba por una recuperación de nuestras costumbres y de nuestra historia. Así, Manuel Rojas, Augusto D’Almar o Alberto Blest Gana, eran los más representativos de la prosa chilena en ese entonces. Eddie Morales, académico de la Universidad de Playa Ancha, opina al respecto: “Los relatos criollistas estaban ambientados en lugares típicos de Chile, y muchos fueron denominados como realistas de corte socialista, en el sentido que se pretendía realizar crónicas en las que se denunciaban las miserias y los abusos de los más desposeídos, con un afán justamente, de compromiso social”. Pero Juan Emar fue crítico y rupturista ante esta tradición imperante alegando que toda esa literatura era del siglo pasado, y lacónicamente decía: “Se piensa en mi país que la literatura, y el arte en general, debe rescatar nuestras tradiciones, que tiene que tener color local. Así, los poetas le cantan con espuelas a la cordillera, y los prosistas hacen hablar como guasos a sus personajes en sus cuentos, y los sitúan en rodeos o en el campo.”

El escritor renegaba contra toda la producción literaria que se había gestado en Chile, adhiriéndose a la literatura vanguardista que se estaba desarrollando en Europa, especialmente en Francia, donde los movimientos como el futurismo, dadaísmo, cubismo o surrealismo, tomaban un rol fundamental en el contexto artístico. La premisa de las vanguardias era terminar con la larga tradición que había imperado hasta ese entonces, para instaurar y contribuir con formas estéticas totalmente nuevas y desconocidas a fin de renovar la literatura. Sin embargo, eran movimientos que terminaban desgastándose y destruyéndose a sí mismas con el tiempo. Emar, que se ubica en el lado vanguardista, llegaría más lejos, puesto que su literatura no se enmarcaba en ninguna escuela ni movimiento.

Solitariamente en Chile, Juan Emar se lanza a la carrera publicando sus libros y siguiendo su premisa rupturista y renovadora que tanto anunciaba. El resultado no dejaba de ser impresionante: saltos inconexos a través de la narración, tiempos simultáneos y desdoblamientos. También incorporaba elementos esotéricos dotados de un profundo simbolismo, que hacían aún más difícil la comprensión de su obra. Sumado a esto, los nombres de los personajes hacían alusión a lugares geográficos de nuestro país, como por ejemplo Matilde Atacama, Lorenzo Angol o Martín Quilpué; y las historias ocurrían en mundos cerrados, con sus propias leyes físicas, como el fundo la Cantera, Illaquipel o San Agustín de Tango, ambientaciones que se adelantaron 30 años a lo que haría García Márquez en Macondo, por citar un ejemplo.

Sumado a esto, Emar fue el primero en manifestar que la literatura debía propender a una universalidad. Si bien es cierto que cada obra se sitúa en un determinado lugar, cultura y tiempo, la literatura debía liberarse de los localismos que tanto se defendían en ese tiempo, lo que pone de manifiesto lo adelantado que era en su propuesta estética.

El único movimiento que pudo haber compatibilizado con el escritor, fue el grupo poético de corte surrealista "La Mandrágora" que en el año 38 se daba a conocer a través de sus fundadores Braulio Arenas y Teófilo Cid. Ellos admiraban a la creación de Emar, y la erguían como un ejemplo de cómo tenía que ser la nueva literatura en Chile. Aún así, Juan Emar se mantuvo al margen del grupo, seguramente porque la propuesta de ellos era poética, o eran de una generación más novel que la suya.

Bibliografía-Obras: Miltin, Diez, Ayer, Un año.


De "Un año"

(extracto)

FEBRERO 1º

Hoy he hecho una experiencia extraordinaria. Hela aquí:

Pero antes: mi mayor felicidad habría sido poseer una voz magnífica de tenor; de más decir que no canto y si canto lo hago como un cerdo.

Bien, vamos a la experiencia:

Pasé a mi saloncito, me dirigí al mueble de caoba, lo abrí, retiré de él un cuaderno con discos y luego, de mi fonógrafo, tomé una aguja.

Me puse al centro de la habitación. Allí estiré, recto hacia arriba, reco, puntuado, el índice de mi mano izquierda, mientras los demás dedos quedaban empuñados. Bien. Con la derecha entonces, coloqué sobre ese índice un disco de modo que su agujero central se adaptara exactamente con la uña. Bien. Con la misma derecha empecé luego a golpear velozmente, raspándolo, el borde del disco hasta que lo hice girar con pasmosa rapidez. Presto entonces cogí la aguja y con mi derecha, alzada y plegada como el cuello de un cisne, hice que rozara la primera canal del canto.

Y abrí la boca.

La abrí desmesuradamente.

Entonces, a través de ella, a través de mi garganta, bajo mi paladar, sobre mi lengua, atropellando dientes y labios, atronó, retumbó por los ámbitos la voz de Caruso cantando un frenético:

Di quella pica

L'orrendo fuoco!!

¡Magnífico instante!

Repetí la experiencia. No dio resultado. La repetí catorce veces consecutivas. Ya se sabe lo que creo del número catorce. No intenté, pues, la decimoquinta experiencia. Lo que no impide que el día de hoy haya sido digno de ser vivido.


DICIEMBRE 31

Hoy he releído este diario con lentitud y penetración. No lo dudo: tiene que estar bien por la muy simple razón que sigue:

Todos los días en él anotados empiezan diciendo "Hoy he...", seguido de un participio.

"Hoy he amanecido, hecho, estado, asistido, traspuesto, vivido, vagado, pasado, venido, vuelto, sido, regresado, releído".

Y diario que comienza siempre de tal modo -puedo asegurarlo-, roza la perfección, pues, cumple, al respecto, con la inviolablen ley, ¡ley sagrada!, que han promulgado, desde que los siglos son siglos, todas las jovencitas que se desahogan en papel y tinta, y todos los sabios profesores de gramática y retórica.

Amén


CUENTO

Deseo contraer matrimonio. Sólo puedo meditar a la sombra de algo. Deseo contraer matrimonio para meditar a la sombra de dos cuernos. He pensado en Matilde Atacama, la viuda del malogrado Rudecindo Malleco. Esta mujer, aparte de ser hermosa cual ninguna, tomó el hábito del amor cerebral. Como yo nada conozco de él, Matilde no tardará en engañarme. Lo único que me preocupa es la elección que haga referente a su amante. Pues hay hombres que, al poseer una esposa ajena, hacen nacer, sobre el testuz del marido, cuernos de toro; otros, de macho cabrío; otros, de ciervo; otros, de búfalo; otros, de anta; otros, de musmón...; en fin, de todos cuantos nos ofrece la zoología. Y yo quiero meditar bajo los grandes cuernos del ciervo. Nada más.

Insinué:


-¿Cree usted que yo...?
Contestó:
-De ningún modo. Usted haría crecer el cuerno único del unicornio.

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